Anorexia.

Y vuelve a mirarse al espejo para ver de nuevo su obeso, penoso y asqueroso cuerpo.
O eso piensa ella, porque en realidad solo es un esqueleto que consume día a día la poca vida que le queda.

Sus amigos le dicen siempre que está muy delgada y que debe comer más. Ella asiente, sabiendo perfectamente que va a pasar otro día sin probar un solo bocado. O quizás no.
Va a la cocina y se come una manzana.

Luego va al baño para pesarse por quinta vez. 35 kilogramos. ¡Qué asco!
No puede más consigo misma y se echa a llorar enmorecida.
¿Por qué me comí esa manzana? Soy una asquerosa gorda.

Se va a la cama para refugiarse bajo sus mantas como hace cada día.
Puede notar los michelines y sus gruesas piernas debajo de la sábana, cuando en realidad lo único que palpa son sus costillas y sus famélicos muslos.

¿Por qué no puedo ser como las demás?

Está cansada, muy cansada.

De pronto se encuentra en otro lugar.
Pero allí no hay finales felices, ni niños riéndose.
No hay mariposas ni hadas.
Ni siquiera hay tazas con chocolate caliente.
No es un sueño, piensa.
Solo ve una luz blanca que se va descoloriendo.

Todo está tranquilo.

Poco a poco se sume en un profundo sueño del que nunca despertará.